domingo, 22 de enero de 2012

El mejor amigo

Hace unos cuantos años, los hombres vivían errantes por la tierra. Iban deambulando de un lado a otro en busca de comida y cobijo.

Atenógenes vivía con su familia en el seno de su clan. La vida no era nada fácil para ellos. Atenógenes se pasaba el día cazando, mientras su madre preparaba la comida y montaba la tienda en un lugar seguro.

Todos los hombres tenían la obligación de conocer el manejo de las armas, pues, podrían morir en el caso de que un animal los atacase.

El campamento era vigilado noche y día sin descanso. Los hombres tenían miedo del entorno que les rodeaba.

Un día Atenogénes se alejó de la tribu más de lo habitual. Cuando se dio cuenta que se encontraba en medio del bosque sin rumbo. No sabía donde ir y mirase a donde mirase sólo hallaba árboles a su alrededor. Anduvo todo el día buscando un sendero, alguna huella que le mostrase el camino de regreso a su tribu, pero no lo consiguó. Se hizo de noche y estaba en medio del bosque.

Esa noche no pudo descansar nada, ya que tenía mucho miedo de que algún animal le hiciese daño.

Al día siguiente se encontró con un lobo y Atenogénes se asustó. En ese instante el animal le dijo:

- ¿Qué haces aquí?
- ¡Lobo! ¿Puedes hablar? - expresó asombrado.
- Yo no soy un lobo, aunque es cierto que me parezco a ellos - explicó el animal.
- ¿Qué eres? - comentó intrigado Atenógenes.
- Soy un perro - dijo el animal.
- ¿Un perro? Nunca me habían hablado de ti - explicó extrañado.
- Este no es un lugar seguro para ti - apuntó el perro.
- Lo sé, pero no encuentro a mi tribu - expresó apenado Atenógenes.
- Yo te ayudaré - afirmó el perro.

El perro olió la ropa de Atenógenes.

-¿Qué haces? - preguntó asustado Atenógenes.
- Tranquilo, no me como a los humanos - dijo riendo el perro.

El perro agachó la cabeza y empezó a olfatear mientras Atenógenes lo seguía. Poco a poco se fueron adentrando en la espesura hasta que el perro dijo:

- Detrás de esos arbustos está tu tribu.

Atenógenes se asomó y comprobó que era cierto. Se volvió para agradecerle al perro su ayuda pero éste ya se había marchado.

- ¡Qué animal tan extraño! - pensó para sí Arestógenes.

Regresó con su tribu. Todos se alegraron mucho de que hubiese podído regresar sano y salvo.

- ¿Cómo has podido encontrar el camino? Nosotros te estuvimos buscando y no te encontramos, creíamos que ya no regresarías - le preguntaron los miembros de su tribu.

Atenógenes les explicó lo sucedido, pero nadie creyó que un animal hubiese sido capaz de ayudar a un ser humano y mucho menos que ese animal no le atacase.

Pasaron los días y llegó el invierno. La tribu comenzó a recoger las tiendas, se disponían a alejarse de aquel lugar cuando una tormenta los sorprendió. La tribu siguió caminando para salir de aquel lugar.

- ¡No os alejéis los unos de los otros! ¡Seguid avanzando! ¡Debemos llegar a la cueva de la montaña antes de que llegue la noche, de lo contrario no sobreviviremos! - gritó el jefe de la tribu.

Todos lucharon contra el viento pero algunos se perdieron pro el camino. Cuando llegaron a la cueva estaban empapados y temblorosos por el frío. Esperaron al fuego a que llegasen los que se habían retrasado, pero no apareció nadie más.

- Mañana retomaremos nuestro viaje, el invierno se ha adelantado este año y debemos ir a un sitio más seco y soleado antes de que las nieves nos cubran el camino - expuso el jefe de la tribu.
- ¿Qué pasará con los que no han llegado? - preguntó Atenógenes.
- Hijo mío - dijo el jefe apenado - si mañana por la mañana no han llegado ya no lo harán. Es difícil sobrevivir solo en medio del bosque en condiciones normales, con este frío es imposible. Tuvistes mucha suerte de poder regresar con nosotros.

Atenógenes se acostó apenado. A media noche se levantó, pues no podía dormir pensando en el crudo final que le esperaba a sus congéneres. Tras mucho meditar se armó de valor y salió de la cueva en busca de sus compañeros.

- No puedo quedarme con los brazos cruzados sabiendo que podrían estar en peligro. Intentaré encontrarlos y traerlos aqui - pensaba Atenógenes.

- ¿Otra vez te has perdido? - le preguntó una voz familiar.

Miró hacia el lado y vió al perro.

- Eres tú otra vez - comprobó Atenógenes asombrado.

- Sí, ¿hubieras preferido que fuera un lobo? Te lo digo porque parece que hayas visto a un fantasma. - rió el perro.

- No. Es que me dijeron que los perros no existíais y he llegado a pensar que eras una alucinación.

- Jejeje ... ¿Quién te ha dicho semejante tontería? - indagó el perro .

- El jefe de la tribu y mis compañeros. Dicen que nunca han escuchado ni visto a un perro. Que no existía semejante animal - le explicó Atenógenes.

- Que nunca nos hayan visto, no quiere decir que no existamos. Si los hombres no nos han visto es porque nosotros no nos hemos acercado a vosotros. Nosotros desconfiamos de los humanos al igual que vosotros desconfiáis de nosotros - expresó el perro.

- ¿Por qué nos temeis vosotros?- preguntó con curiosidad Atenógenes.

- Hemos visto lo que haceis con los animales más dóciles. A los animales fieros, los temeis, los respetais y los dejais vivir tranquilos. Pero a los dóciles, los amarrais y los forzais a trabajar para vosotros. ¿Qué tipo de vida es esa? Los perros no os atacamos, pero tampoco queremos ser esclavos - dijo el perro.

Atenógenes agachó la cabeza. Comprendía la verdad de las palabras del perro.

- Dime, ¿qué haces aquí sin tu tribu? - cuestionó de nuevo el perro.

- Se han perdido algunos compañeros en la tormenta y voy a buscarlos. Tengo miedo de que les pase algo malo - explicó Atenógenes.

- ¿Tienes alguna prenda de ellos? Podría buscarlos - pidió el perro.

- Aquí no, pero si vienes a la cueva, te la podría mostrar - propuso Atenógenes.

El perro accedió a acompañarle a la cueva con la condición de no entrar en ella.

Atenógenes, entró en la cueva y sacó varias prendas de sus compañeros desaparecidos. El perro las olió y se dispuso a buscarlos.

Atenógenes y el perro anduvieron de un lado a otro del bosque. Al amanecer regresaron a la cueva con todas las personas que se habían perdido en el camino.

- Muchas gracias, amigo perro - respondió el jefe - nunca hubiese pensado que un animal pudiese ayudar al hombre.

- De nada - dijo el perro.

- ¿Por qué no te quedas con nosotros? Me gustaría que nos acompañases, serías nuestro guardián. A cambio nosotros te daríamos de comer y de beber. No tendrías que buscar comida ni cazar - le propuso el jefe.

El perro miró a Aristógenes y accedió. Confiaba en él, pues lo consideraba su amigo.

La tribu y el perro emprendieron su marcha de aquel lugar. Estuvieron andado varias horas. El perro iba de un lado a otro oliéndolo todo.

- Si este animal sigue distrayéndose con todo, terminará por extraviarse. No me gustaría perder a un animal tan útil - pensó el jefe de la tribu.

Cuando el perro se echó para descansar el jefe aprovechó para ponerle una cuerda en el cuello y amarrarlo a un tronco.

-Así no te perderas, no nos podemos permitir el perder a tan valioso animal -dijo el jefe.

El perro empezó a ladrar furioso, se sentía engañado. Había confiado en aquellos hombres y ahora estaba preso.

Atenógenes se sentía confuso. No sabía que hacer. El perro le había ayudado en varias ocasiones, le había salvado la vida, pero su tribu lo castigaría si lo liberaba.

- ¿Qué debo hacer? - pensaba para sí.

Al día siguiente los hombres se pusieron en marcha, el perro se negaba a caminar, no daría ni un solo paso mientras permaneciese atado.

- Te mataré si te niegas a ayudarme - expresó furioso el jefe levantando su bastón.

- ¡No le hagas daño! Hablaré con él y le haré entrar en razón - pidió Atenógenes.

- ¿Hablar? No es más que un animal. No puede razonar y no entrará en razón, pero te dejaré que lo intentes - permitió el jefe.

Atenógenes se quedó a solas con el perro y lo acaricio.

- Querido amigo, quiero ayudarte, mi jefe no entiende lo valioso que eres para mí. Para él no eres más que un animal. Ayudanos a llegar al prado y te liberaré.- explicó Atenógenes.

- Te ayudaré de igual modo si no estoy atado. No me gusta estar preso - pidió el perro.

Atenógenes se acercó al animal y le quitó la cuerda.

- ¿Qué haces?- expresó enfurecido el jefe - ¡osas desobedecerme!

- El perro no sabe andar atado, las cuerdas le molestan. Nos va a acompañar hasta el prado. Ha prometido no escapar - dijo Atenógenes.

- ¿Y si te está mintiendo y aprovecha la oscuridad de la noche para escaparse? - dudó el jefe.

- De noche dormirá en mi tienda, así nos aseguraremos que no se escapará - apostilló Atenógenes.

El jefe accedió y reanudaron el viaje, anduvieron varios días hasta llegar al ansiado lugar. Cuando se disponían a montar las tiendas el perro se detuvo y empezó a gruñir.

- ¿Qué te pasa amigo? ¿Te encuentras mal? - preguntó Atenógenes.

- Hay algo oculto tras aquellos arbustos. Un animal nos acecha - explicó el perro.

En ese momento una hiena saltó sobre Atenógenes. El perro empezó a morderle intentado liberarlo, pero la hiena pretendía comérselo.

-¡Ayudadle! ¡Lo va a matar! - gritó el perro a los hombres.

Pero estos en lugar de socorrerlo huyeron a esconderse. Sabían que las hienas nunca van solas y que pronto acudirían más.

El perro empujó a la hiena, sacó sus dientes y le ladró con gran fiereza. Pero la hiena no se daba por vencida. Mientras tanto Atenógenes corrió hacia un arbusto, arrancó una rama y empezó a golpear a la hiena la cual huyó al verse en desventaja.

Cuando la tribu comprobó que la hiena se había marchado acudió al lugar donde se encontraban Atenógenes y el perro. El jefe intentó acercarse al perro, pero Atenógenes se puso delante y le dijo:

- Este es mi perro, no quiero que nadie se acerque a él. Me habeis demostrado que no soy nada para vosotros. Me hubiese muerto si él no me hubiese ayudado. Él nunca me ha abandonado, siempre me ha ayudado, nunca me ha pedido nada a cambio. Ahora él estará siempre a mi lado lo cuidaré y vivirá conmigo. No permitiré que nadie le haga daño, pues él es el mejor amigo que un hombre pueda tener, el más fiel y el más leal.

El jefe agachó la cabeza avergonzado y no se atrevió a acercarse al perro. Desde ese día, el perro es el mejor amigo de un hombre. Convivimos con los perros, les proporcionamos un hogar donde no pasar frío, comida, cuidados y cariño. Ellos nos dan su lealtad, su valentía, nos protegen, nos quieren y nos dan su compañía.









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